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¿Para qué sirven las Preguntas?
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¿Para qué sirven las Preguntas?

Hilos de la experiencia educativa

¿Para qué sirven las preguntas más allá de la evaluación?

En contextos de práctica educativa encontramos el tema de las preguntas que hacen los estudiantes, en general dirigidas a los profesores. Normalmente se trata de dudas sobre algún concepto trabajado en clase, que tal vez no se ha entendido bien. 



En los últimos años, los profesores han observado que los estudiantes preguntan cada vez menos. Es como si hubieran perdido de vista el sentido del preguntar. Las preguntas están un poco desubicadas o ausentes. ¿A qué responde este fenómeno? ¿Cómo analizar qué está pasando?

 Pablo tiene diecinueve años. Es alto y fuerte. Siempre se ha dedicado al deporte. En clase, se queda callado y serio. Parece como si no escuchara, aunque está ahí presente. De vez en cuando expresa su enfado. Protesta por cualquier cosa: la actividad era demasiado difícil, por qué no dimos más tiempo para terminarla, etc. Su mal humor es proverbial. Casi nunca sonríe. Los compañeros lo saben y no se acercan mucho, aunque les caiga bastante bien. Tiene algunos amigos. Cuando se organizan partidos, él es el entrenador perfecto que apoya a uno y otro equipo, da instrucciones, penaliza si hace falta. La disciplina es lo que permite ganar un partido. En el terreno durante el juego, su palabra más usada es “¡Concentraros!”

  En tutoría personalizada, Pablo cuenta que las notas le agobian. Eso es todo un tema para él. Dice que la exigencia le bloquea, le pone contra las cuerdas. Cuando se trata de escribir, peor. Siente como una mano grande que le presiona la nuca hasta que casi no consigue respirar. 

Cuando tenía trece años, sus padres lo mandaron a una escuela donde solo se practicaba deporte, para que mejorara. Fueron algunos meses. Él lloró amargamente todo el camino. No entendía que tuviera que separarse de su familia para mejorar en deporte. ¿Por qué no se podía con las dos cosas al mismo tiempo? Sus padres le dijeron que en el futuro podría ser un deportista de primer nivel. “Ser de primer nivel” es ahora su gran aspiración y al mismo tiempo la más temible amenaza sobre su persona. Es al mismo tiempo lo mejor y lo peor. 

Durante la tutoría comentamos juntos su examen escrito. Intento explicar cuál es el punto débil, por qué se ha equivocado y cómo puede mejorar. Pablo no acepta nada. Insiste en que sigue sin entender. Al cabo de varios intentos, admite que le cuesta que las respuestas no sean del tipo dos más dos es igual a cuatro. Ante la incertidumbre de la reflexión, se esconde como puede. 

¿Para qué sirven las preguntas?“A veces las preguntas no tienen una respuesta inmediata. Se puede buscar, pensar, descartar algunas opciones o elegir otras ”-le comento. Su expresión es incrédula y desconfiada.  Reflexionar da un poco de miedo, porque está a medio camino entre lo mejor y lo peor. Incluye los matices, las palabras en la punta de la lengua. Decir es siempre incierto. Escribir es un compromiso: se deja la marca en el papel -o en la pantalla- y luego hay que defenderse de las acusaciones del juez de línea (el profesor).

Muchos estudiantes se parecen a Pablo. Tienen miedo de sus propias ideas y de no saber cómo contestar una pregunta. No saben que las preguntas están arraigadas en su propia historia, por cómo se ubican ellos respecto del saber que ignoran. Creen que las preguntas son un artefacto inventado por la profesora para pillarles en el examen. Serían  una trampa que demostraría la mala voluntad del otro. Las preguntas ya fueron contestadas por alguien antes de que cayeran bajo los ojos de los alumnos en el examen. El Otro-profesor disfrutaría con la indefensión de su clase.

Sin embargo, las preguntas no son un mero instrumento para mejorar. Tampoco herramientas exclusivas para el examen, en un sentido estricto. Las preguntas son lo que queda cuando hemos aprendido (o creído aprender) todo. 

Las respuestas para todo, las certezas, los dogmas pertenecen a las creencias tanto como las preguntas permiten a la ciencia. El esfuerzo por acercar a los alumnos al camino de la ciencia se apoya en el encuentro de cada uno con las buenas preguntas que puedan hacerse. Este fue el intento que orientó la tutoría de Pablo.



Entonces tal vez surja en el horizonte otra cosa: algo que no está ahí claramente, pero que puede relacionarse con los contenidos de aprendizaje. Un tema convertido en problema, por ejemplo. Un nombre implícito en la lista de autores. Una idea que surge porque sí, espontáneamente, y puede ser explorada. Las preguntas no son un instrumento de tortura, al contrario, constituyen una vía de acceso a muchas otras posibilidades. Los estudiantes no lo saben todavía. Los profesores deberían saberlo. Esa es la razón principal que debe llevarnos a acompañar a ambos, profesores y alumnos, hacia nuevas formas de preguntar. 

Para poder acoger preguntas inéditas se puede, por ejemplo, recurrir a reconstruir con los estudiantes el hilo de su propia historia. Pedirles que cuenten y que escriban, sobre todo que escriban. En esta actividad de reconstrucción subjetiva todavía no debe entrar la calificación, la nota del examen. Hay que esperar un poco. Dar tiempo. 

En el proceso de entender los contenidos de una materia debe hacerse existir el lugar de quién entiende, desde dónde y con qué palabras, antes de decidir si al final es apto o no. Asesorar a los profesores en esta opción de dar un tiempo de elaboración resulta esencial en momentos de post-pandemia, después que la separación entre alumnos y profesores desconectara a ambos de un diálogo necesario basado en lo que se puede llegar a saber si se puede preguntar.

Dra. Anna Pagés
Blanquerna

Universidad Ramón Llull