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Tres modalidades de la postergación
titere del capricho

Tres modalidades de la postergación

Hilos de la clínica en salud mental:  Modalidades de la postergación

Imaginemos una situación. Una persona ante la compra de algunos billetes de avión para vacaciones de cuatro días.

Todos conocemos a personas que se caracterizan por postergar sus decisiones y sus actos. Van a hacer algo, parecen estar a punto de hacerlo, pero se detienen. Y así una y otra vez. En ocasiones, eso nos exaspera. Esta modalidad del detenimiento la denominamos procastinación y, si no se trata, puede acompañar toda la vida.

Va a hacerlo y en el último instante duda y como consecuencia se detiene. ¿Será bueno o será malo? ¿Conviene o no conviene?  En estos casos, lo más habitual en la clínica es que se trate de neurosis obsesivas más o menos invalidantes, dependiendo de la intensidad y frecuencia del síntoma obsesivo.  Este detenimiento de la decisión, de la elección y del acto afectan muy directamente al propio neurótico y solo colateralmente a las personas que le rodean. En todo caso, para el obsesivo, el efecto que produce en los otros no es lo que él especialmente desea. 

Hay otras modalidades neuróticas de la detención, por ejemplo, en la histeria. Va a decidir, va a elegir, va a hacer algo que significa una prueba, un examen, cruzar un umbral, y en el instante anterior se dispersa en cualquier otra cosa que le pasa por el camino o por la cabeza. La consecuencia es igualmente que el acto queda suspendido, o incluso olvidado. Y habitualmente debe volver a empezar el mismo recorrido. Esta modalidad también puede resultar molesta para los otros, pero a diferencia de la obsesiva, suele suscitar cierta sonrisa en las personas cercanas. Se dice, por ejemplo “iba a buscar un vaso de agua y se le fue el santo al cielo”.

Pero existe otra modalidad de la suspensión del acto, radicalmente diferente a las que acabamos de describir. Hay personas que esperan siempre al último momento para realizar el acto o para no hacerlo. Comprar billetes en nuestro ejemplo. 

Las otras personas concernidas están pendientes, quedan suspendidas, por decirlo de alguna manera. No saben si irán o no de viaje porque el responsable no compra los billetes hasta el último instante. O bien no los compra. 

Salta a la vista la primera diferencia con las modalidades de procastinación de las neurosis. En este tercer ejemplo, lo que se suspende no es la elección del sujeto en cuestión sino que se suspende a las otras personas concernidas. Se las deja en el aire, sin saber si viajarán o no. Se las deja “en ascuas” como suele decirse. 

Debemos apartarnos del campo de las neurosis para encontrar este rasgo de dejar siempre en el aire a los otros mediante el procedimiento de decidir en el último momento. Se trata de un rasgo perverso y no de un síntoma neurótico. Todos conocemos o hemos oído hablar de una persona que metódicamente, con todo cuidado, siempre decide en el último momento. Y lo hace cuando ese último momento afecta a los otros que dependen de él. La tonalidad de este rasgo no es el de la distracción, ni el de la procastinación neurótica, ni el del propio desfallecimiento. La tonalidad es la del capricho del que manda, del que puede, del que tiene el control.

“Fulana o Zutano siempre decide en el último momento y todos los demás quedamos pendientes de lo que decida. Nunca sabemos si vamos a ir o no de viaje.” 

Quedar suspendido a merced de la decisión caprichosa de otro produce inquietud, inseguridad, ansiedad y desconcierto. Sentimientos que son el borde de la angustia. Casi podría desencadenarse la angustia, la señal de peligro, pero se queda en el borde del malestar.

Hay varias maneras de definir la perversión, pero apuntamos al centro si decimos que lo esencial para el perverso es siempre angustiar al otro. En efecto, la satisfacción más alta e íntima del perverso consiste en angustiar al otro. Angustiar desde un papel activo o pasivo, como nos enseña “La Filosofía en el Tocador”, del Marqués de Sade.

Perversos verdaderos existen pocos, afortunadamente. Pero algunos rasgos de perversión pueden hilar conductas de sujetos neuróticos, tanto obsesivos como histéricos. Y dejar siempre al otro en suspenso es un rasgo perverso destinado a privar al otro de la tranquilidad y de la alegría de vivir.

Hay otros rasgos perversos posibles en el neurótico común, pero el que describimos para este Post no suele identificarse correctamente. La gente se queda en el comentario intrascendente al expresar “el padre de nuestra amiga siempre la mantiene en vilo hasta el último instante sobre asuntos que le atañen. El es así y ya está”

Este “ser así” carece de ingenuidad, concentra, por el contrario, la satisfacción, en este ejemplo del padre supuesto. Y lógicamente tiene efectos sobre los hijos. 

Si se trata de un hijo varón, favorece la ansiedad, enferma la expectativa, le sitúa en un estado depresivo y posibilita el pasaje al acto bajo la forma de autolisis o consumo de drogas. La observación clínica de jóvenes drogadictos que han tenido un padre con un rasgo de perversión desapercibido socialmente es incontestable. 

Si se trata de una hija de este padre del capricho, si logra no desfallecer, la conduce a un intento de la niña de defenderse siendo autosuficiente y completa, sin que nada le falte, ama absoltua de lo que considera suyo, con respuestas para todo y a no necesitar nada de nadie e incluso a no aceptar nada que se le pueda dar y quitar. La amenaza de la arbitrariedad en esto casos es la de desaparición.

Por tanto, este “él es así, siempre decide en el último momento,” es menos inocuo que lo que suele creerse en el consenso social. 

Lógicamente nuestro pequeño ejemplo de los billetes, solamente abre la posibilidad de entender qué sucede con las múltiples interacciones que se dan en la realidad entre el padre del capricho y sus hijos.

Si seguimos el hilo clínico, es probable que encontremos que este padre del capricho ha sufrido en su propia infancia algún tipo de abuso sexual, que ha enquistado en él una satisfacción íntima y desconocida aún para sí mismo que constituye un rasgo perverso y que tiene a su vez efectos en sus hijos. 

Por esta razón, cuando escuchamos el relato de un abuso sexual sufrido en la infancia de un adulto, no deberíamos desconocer que sus hijos podrían estar afectados a su vez por el mismo hilo.

Equipo INSM