INSM Blog

El deseo de Putin

El deseo de Putin

En un momento de su mandato -pese a Siria y a Crimea- Barak Obama dijo a la prensa que Rusia era un país que no importaba demasiado en el concierto internacional contemporáneo. Apuntó directamente al corazón del deseo de Putin y disparó sus palabras.

Pocos días antes, había aparecido en la prensa española una fotografía de Vladimir Putin luciendo torso desnudo sobre un caballo que no escondía su potencia.

Para el narcisismo megalómano de Putin manifestaciones como las de Obama resultan insoportables y fomentan una paranoia en la que él mismo puede afirmarse de que no es él, sino el otro el que tiene la mala intención.

Cuando conversamos con otras personas, solemos entender lo que nos dicen según nuestras propias ideas previas. Al oír, determinamos el significado de lo que dice quién nos habla. No existe una transmisión unívoca y total. Esa es la razón por la que se dice que el equívoco, el malentendido es la dimensión fundamental de la comunicación humana.

Es en ese equívoco estructural donde intentamos desentrañar el deseo, las intenciones, lo que realmente podemos esperar de los otros. Y los lapsus, las equivocaciones al hablar, suelen apuntar mejor a la verdad que los discursos muy constituidos.

En efecto, los discursos pueden construirse como un engaño, y eso es ajeno al malentendido estructural, como dolorosamente pudo comprobar Emmanuel Macron

Recientemente, en una reunión escenificada en directo para el mundo, el responsable del espionaje ruso puso al descubierto anticipadamente la verdadera intención de Putin al atacar a Ucrania. Fue inmediatamente desautorizado por Putin, que le obligó a rectificar de manera humillante. Pero la verdad se alojaba en el lapsus del jefe de los espías, como todos pudimos comprobar pocas horas después.

¿Pero hacía falta el lapus de Serguéi Naryshkin para conocer las intenciones de Putin?

No hay más que recordar las acciones reales del régimen ruso de las últimas décadas para saber que lo verdaderamente inadmisible es que existan democracias consolidadas y, muchísimo menos si son territorialmente cercanas.

No son las armas de la OTAN las que no se soportan en esta época tecnológica donde las distancias físicas son poca cosa, el problema es la democracia.

Se entiende perfectamente que para un régimen autoritario, que encarcela o mata adversarios políticos, una democracia habitada por varios millones de rusos o ruso parlantes constituyan un peligro real. Putin no necesita ser un experto epidemiólogo para saber que la democracia es mucho más contagiosa que el COVID-19, incluso que el Sarampión.

Y la democracia es condición de la OTAN, aún con limitaciones, como es el caso de Turquía o incluso de la corrupción de grandes fortunas occidentales amasadas al costado del dinero negro de oligarcas rusos asociados con Putin. El largo apoyo de Putin a todos los extremos antidemocráticos del mundo evidencia lo que le preocupa y lo que desea.

¿Pero qué credulidad permitió a Macron creer que podía convencer, o al menos apaciguar, a Putin? Sencillamente se creyó que la cabeza de Putin se parecía a su propia cabeza. Que sus ideas podían ser semejantes, compatibles, articulables. Macron no supo escuchar a Putin, en cambio el líder ruso escuchó muy bien a Macron y le dijo lo que quería oír.

La Europa democrática continúa escuchándose a si misma cuando habla con Rusia o con China, porque confía en el malentendido estructural de la comunicación humana, pero no atina a la verdad cuando se trata simplemente de estar atenta al engaño. O bien cuando prefiere ser engañada para no quedarse sin gas.

Las medidas de castigo económico que toma hasta ahora Occidente para detener a Putin son perfectamente inútiles, al menos a corto y medio plazo, porque el sufrimiento de su propio pueblo afecta a líderes democráticos, pero importan muy poco a dictadores. Y respecto de los así llamados oligarcas rusos, pues ya son suficientemente ricos y poderosos como para que se arriesguen a perder el favor del régimen ruso actual.

Solamente la presencia consistente de Occidente en los países apetecidos por Putin pueden detenerlo a corto plazo. Y a medio plazo, la consolidación de las democracias puede afectar, influir de verdad, contagiarse y extenderse al pueblo ruso.

Por estas razones los ciudadanos que no queremos la guerra debemos emprender una militancia por la democracia muy activa en todos nuestros países, expulsando de nuestras propias sociedades políticas a todos los extremos populistas. Hoy no importa tanto ser de derechas, de centro o de izquierda, cada uno con sus preferencias, pero únicamente, fervorosamente democráticos.

Equipo INSM